miércoles, 23 de julio de 2014

Una de tantas tardanzas


Escribió su vida -única, inimaginable, espléndida y dolorosa- con su computadora.
Porque sentía que después de todo se merecía un último acto de grandeza pero después de haber tecleado por días consecutivos, aquella tarde cayó en cuenta que la computadora estaba apagada. Jamás vio el monitor.
Porque era ciego.
Por haber abusado del alcohol.
Porque su mujer había conseguido que jamás volviera a ver a su hija.
Por una noche de la que sólo ellos dos conocían la verdad y ella afirmaba haber sido violada y él lo negaba rotundamente.
Porque habían salido de la ciudad a una cabaña queriendo resolver las diferencias que habían acumulado en los años recientes.
Por su trabajo como asesor político, que no le daba control alguno de su vida. El ascenso del mandatario lo había esclavizado a ese trabajo que tanto le apasionaba y que tanto odiaba.
Porque siempre había sobresalido por su capacidad de crear historias, imagenes, momentos, hechizos que la gente creía a ciegas.
Porque su esposa, novia en aquel entonces, le pidió que creyera en sí mismo y que peleara por la vida que se tenía imaginada.
Por un día que él confesó que tras la muerte de su madre, él inventó a seres fantásticos que serían la familia de sus hermanos menores.
Porque su padre, meses antes, en la última conversación que tuvieron ambos lo dejó a cargo de sus hermanos y después se marchó para siempre.
Por haber sido el primogénito, de un matrimonio no planeado de dos personas que se conocieron en la fila del autobús.
Porque aquel día, el autobús venía tarde.

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