viernes, 18 de julio de 2014

Una muela de lumbre


Ya no había razón para ser educado, pero aquel no sabía eludir la elegancia. Barbas y uñas largas, que de alguna manera armonizaban bien con la ocasión: un velorio. Había canticos, reclamos, honores y escupitajos por proferir. Todavía era temprano sin embargo. Se alisaba la corbata con dos dedos y tarareaba algo para sí mismo. Un requiem.
La mirada de ella pretendía disimular la atracción que efectivamente emanaba de su intimidad. Deseando ser más discreta giró y aterrizó sus ojos en la mesa. Se sintió más tonta aún. Cuando alzó la vista cayó en cuenta que ellas intentaban lo mismo. El invisible imán las hipnotizaba a todas. Por supuesto que él no ambicionaba eso. No podía importarle menos. Unas lo llevaban hacia el cariño, otras hacia el deseo, pero todas querían ser doblegadas y abrigadas por la misma mano robusta que acariciaba la corbata. Su indiferencia, quizás estratégica, era el tiro de gracia para volverlas esclavas a su centro.
Los de confianza se acercaron con un bar de chascarrillos. El se río con mesura y honestidad. La misma fuerza que esconde con gracia, que termina por hacer sentir a los presentes acorralados por aplanadoras con cuernos de fuego, cuando se rasga en una cálida sonrisa genera un impás divino. Ellas se sonrojan. Ellos descansan. Ya no hay motivos para respetar las formas, pero tampoco hacen falta cadenas para que la bestia no haga daño.

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