lunes, 14 de diciembre de 2015

Branquias de noche


Lo mató a las cinco de la mañana. Nadie fue testigo de tal cosa. Aquel hombre, tan grande en años y en experiencias, convertido en nada, no supo nada de aquel día que amaneció sordo de su integridad, de su temblorosa esencia.
El asesino tuvo un día más. Fueron ambos, el muerto y su ser, honrosas primera y última víctima. Desde aquel confuso e indeleble instante, supo que quien él era, también se desvanecería con el arribo del próximo día. Antes de dormir, después de largas horas a solas, sostuvo sus manos juntas sobre su cabeza. La sangre se alejaba de sus palmas. Sin intención, se despedía y saludaba en el mismo apretón. No tenía sentido aferrarse al insomnio. Su sentencia estaba hecha.
Aflojó las manos, luego los párpados y finalmente permitió que, entre sueños, se deshilachara aquella identidad que lo acompañó desde su primer recuerdo; aquella defensora de su fracturada consciencia. Supo que habría mucho que descubrir; en el mismo cuerpo de un hombre que una vez mató y murió, de la misma persona.
Nadie fue testigo de tal cosa.

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