lunes, 25 de julio de 2016

a una macana de distancia


Pareciera que el uniforme se inventó para desconfiar del joven, del pobre, del extraño. Pareciera que ellos, sonriendo o sospechando de vuelta, quieren ganar -evitar el conflicto- así, sin cruzar caminos, sin tener que someterse o dejando el orgullo intacto; por una noche en alguna marrana celda de la ciudad. Pareciera que el crimen es quien lo hace. Y que la angustia, el miedo o el cada-vez-más eterno aborrecimiento es irrelevante a quien le es emanado. En estas calles atiborradas hay cristales que cortan el aliento todo el tiempo. Falta dinero o sobra desigualdad, pero no hay suficiente de alguna cosa que ya no sabemos qué es. Pareciera que el mérito es de quien entiende y perdona, aún cuando ello signifique traicionar el escudo que les da vida, razón de ser. En cada callejón se esconde un tapete invisible que los separa del piso que caminan en sus días libres. Pareciera que hay quien cotiza en la desconfianza y su opulencia es la miseria encarnada y hambriada en este rincón del mundo.

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