martes, 19 de julio de 2016

madera vieja


Que suene la puerta; que ladre el perro; que te des cuenta que ya no hay otro piso por subir y esconderte (más); que suene el eterno tráfico capitalino, capaz de sofocar cualquier grito; que no sepas si es de verdad o si es todo una muchomuy muchomuymuy vengativa broma; que pases amarga saliva; que busques con la mirada con que te defenderías; que recuerdes tus malas decisiones; que tus impulsos por encabronarte se diluyan en la gélida sangre que recorre tu flácido pecho; que escuches cómo tus uñas rasgan tu barba en busca de respuestas; que te enteres que rogar es la única herramienta a la mano que tienes; que tus piernas compriman tus invisibles huevos; que mires a la pantalla en la mesa y la culpes por distraerte tantos años de haber sentido verdadero coraje; que te irrite el silencio al tiempo que te incomodan las pisadas ajenas; que te sientas solo, tu fraccionada alma aislada en egapack de cualquier otro ser; que te sea fácil calcular el poco dinero que tienes qué ofrecer para comprar una salida; que sepas, que sepas bien y que nunca se te olvide, que en tu caso, la responsabilidad, la culpa y el abandono ruedan del mismo balín que suena por el pasillo.

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