viernes, 9 de septiembre de 2016

Zurcido Invisible


Después de meses de derramarse a sí mismo en llanto, borracheras, gritos sofocados y agresiones inútiles a paredes absueltas, se silenció. Nunca la respiración de un ser vivo le había sido tan genuina, tan evidente.
Un gorrión lo mira desde una frágil rama que poco se mueve. Entra el aire y sale. Entra y sale. Con la misma facilidad que su madre le ataba las agujetas de niño, el aire va tejiendo entre ambos pulmones que brotan y colapsan sin prisa, una costura de viento que mantiene de cerca la pedacería de un cuerpo que se hizo extraño a sí mismo.
Rescatado por la estrecha aguja que le sopla al corazón el permiso de seguir siendo, siente por vez primera en todo este tiempo, como los segundos del presente entran y salen de su tronco. Entran y salen. Entran y salen.

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