jueves, 23 de febrero de 2017

De los distraídos a los desigualados


La cabeza es direccionable. Cuando se piensa en los actos ‘de buena persona’ salen a relucir los mejores. Y se saborean. Cuando se piensa en los errores, se proyecta un catálogo de pifias en el techo de su cráneo. Y se sufre.

Por eso los normales se consideran más buenos que normales, porque basta entrar de vez en cuando al almacén de las propias bondades para irse a dormir tranquilo.

Y la cabeza es, y sigue siendo, direcccionable. Cuando un hombre imagina hacer una acción ‘de buena persona’, cae en cuenta que a la mano, todos los días, a prácticamente cualquier hora y desde enemil espacios, uno tiene la oportunidad de llevar a cabo tal obra. Eso sin embargo lo practican los menos; no por egoístas sino por distraídos.

Ahora en el mundo hay tantos destellos, tantas pantallas, tantos pendientes, tantos eventos, tantas prisas, tantos futuros y tantos pasados que resulta fácil no pensar en los tantos problemas que tienen tantos más. Así se presta ahora la vida.

Y la cabeza del hombre siempre ha sido direccionable. Por eso los de antes eran igual y los de mañana serán parecidos, porque siempre ha habido quien dirige su atención y a quien, sin querer dejar de ser cierto tipo de persona, se maneja en neutral.

Pero dar igual y dar lo mismo no es lo mismo que desigualar. Hay que sumar, restar y malabarear para que la cosa no siga siendo igual que para muchos es demasiado diferente. No hay barco que llegue a puerto alguno con el timón suelto. No hay omisión que disculpe un naufragio al respeto.

Uno no es traído al mundo nada más para disfrutar y desaparecer sino para que en cada oportunidad, uno pueda regalar una dirigida diferencia al día de alguien más.

No hay comentarios: