jueves, 23 de febrero de 2017

no tener ciertas cosas es gratis


Salí de la cantina, hora y media después de haber acabado el partido así que tampoco iba tan borracho. Aún traía el pantalón y la camisa de la oficina y encima, la bufanda rojiblanca del bicampeonato del 97. Crucé la avenida con cuidado y al llegar a la esquina, a tres cuadras de mi casa, vi mi coche. Mismo todo: placas, color y abolladura en la defensa trasera. Igual me acerqué para estar seguro. Adentro, naturalmente, había ya otras cosas. No había encontrado ningún rasgo que sentenciara mi sospechas cuando se acercó un hombre alto. Tenía pinta de trabajar en algún restaurant de la cuadra. Atrás suyo estaba una mujer mayor con cara asustada.
- Disculpe, ¿qué necesita? - Me dijo.
- No, nada, todo bien, gracias.
- ¿Seguro?
- Sí, seguro.
Volví a recargarme en la ventana haciendo sombra ambas manos para ver con más claridad. El tablero era igual, pero bueno, también cualquiera de aquel modelo sería idéntico.
- Disculpe.
- Está borracho. - Le secreteó ella a el.
- No se preocupe, es mi auto. - Afirmé.
La señora intervino:
- Claro que no.
Caí en cuenta en el malentendido que seguramente ella estaría ocasionando. Me acomodé la camiseta y luego carraspée, un preludio básico a la exposición de la situación.
- Creo que ya entendí. Verán este auto es mío.
- ¡Claro que no!
Hice una pausa, molesto por su interrupción.
- Señora, por favor, guarde silencio un minuto.
- ¡Ey! No le faltes al respeto cabrón.
- Si el que me está faltando al respeto eres tú cabrón.
- Bájale flaco.
- Éste es mi auto.
- ¡Ése es mi auto!
- No.
- ¡Claro que sí! - Grité.
Respire hondo y con las palmas de mis manos empujé el aire de violencia que había entre los tres.
- Este auto me fue robado.
- ¿Cuando? - Me preguntó el defensor de la señora. Su duda era la oportunidad de pasarlo a mi bando.
- El año pasado, a unas cuadras de aquí. Tu trabajas por acá ¿no? ¿No recuerdas el escándalo del Charlatán del Rin?
- No.
- ¿Cómo no?
- ¿El Falso Llantero?
- Ése, ése.
- Ahí fue cuando me lo robaron.
El hombre volteó a ver a la señora, que intentaba esconderse detrás de su suéter bordado.
- Yo lo tengo desde antes.
- ¡Híjole, no! Si a usted le vendieron un coche robado es una tristeza pero no sea rebaje al nivel del ratero señora.
- ¡Que no le falte el respeto le estoy diciendo!
- ¿De cuando acá es una grosería decirle mentirosa a quien dice mentiras?
No vi venir jamás la cachetada con la cual el imbécil me empujó de regreso al coche. La alarma del auto se soltó de inmediato.
- ¡¿Qué haces pendejo?!
Segunda cachetada a mi mermado equilibrio y me voy al suelo.
- Esa es mi alarma. - Les explico.
Se acerca un valet parking a nuestra conversación.
- ¿Todo bien Memo?
- Aquí nada más calmando al borracho que le está faltando el respeto a la señora.
- Otro pinche mentiroso.
- Bájale te estoy diciendo flaco.
Acompaña su amenaza alzando el brazo. Doy un paso hacia atrás. Se me quedan viendo los tres sin saber qué hacer; como si de verdad me hubiera escapado del zoológico. Bromeo con un amague de patada y me río.
Puñetazo al ojo y vuelo medio metro hacia atrás.
- ¡Pendejo!
Se me dejan venir los dos al mismo tiempo y me agarran a patadas. La señora grita como si la pateada fuera ella.
- Pinche borracho hampón, vas a ver.
- Aquí cuidamos a los nuestros. - Afirma el valet parking.
- Pendejo vivo a dos cuadras, te estacionas en mi cochera maldito aprovechado.
Entre las patadas veo al estampa con el escudo rojiblanco en la cajuela.
- ¡Miren idiotas! Pongo la bufanda a un lado del escudo.
Cesan las patadas.
- ¡Órale, ábrete briago!
Me ponen de pie y a empujones me alejan de ahí.
- ¡Señora! ¡Devuélvame mi coche!
- ¡Sáquese ebrio! - Mientras me arrojan a la calle aledaña.
Varios metros atrás, ella arranca el auto y se aleja. En el momento donde el coche se deja de ver al dar vuelta en la avenida, nosotros tres nos volvemos irrelevantes unos a los otros. Me dejan de agredir y yo sigo caminando a casa. La ropa puerca y la bufanda rota carajo, la del 97.
Azotó la puerta y entró a la cocina. Por inercia abro el refri. Sacó una cerveza y me desplomó en la mesa.
En esta ciudad es peor ser borracho que mentiroso.

No hay comentarios: