domingo, 30 de abril de 2017
Las manecillas
Era una calle poco transitada, por eso pasaron un par de días antes de que lo encontraran. Boca abajo y fusilado, olía a podrido. Estaba muertérrimo el pobre.
Lo más duro era que el reloj de mano seguía andando. Las manecillas indiferentes a esa verdusca muñeca que había dejado de darles cuerda para convertirse en un imán de moscas, sonaban tic tac.
jueves, 27 de abril de 2017
Colillero 3.4
Cupiente
Hay un cáncer en lo profundo del rincón más ácido de una tripa que se preocupa cada mañana por una nación que ya no existe. Lejos del sol y sin oídos, con la paciencia de un cocinero viejo, se pliegan membranas que buscan llegar a un tamaño digno de ser asociadas con la muerte.
Sin letras y sin castigos//Ignorantes del horario debido//Nunca planeando pero siempre al ataque//Raíces que no existen pero viven aferradas a la vida ajena.
Se desploman en cementerios, lejos de la trifulca bélica pero a ras de cancha de la madriza y violación sistémica de un falo acarreado en wi-fi.
Sin medallas, sin batallas// en prudente silencio y silente penitencia// cancerosos con sobrepeso// y reducida autoestima.
miércoles, 26 de abril de 2017
De ahí el disfrute por cada instancia fuese la que fuese
Le escondía el aparato para la sordera al abuelo y me escapa de casa después de las once. Mi padre era inexistente en Méxicodéefe y mi madre hacia su mejor esfuerzo desde Saratoga, Wyoming. Con las dos mascotas de casa muertas y sin hermanos para victimizar con inocentes travesuras, me dedicaba los fines a la maldad.
De día ayudaba a los vecinos con el mandado en las escaleras. Si me llamaban de allá contestaba con paciencia y hasta esbozos de gratitud. Jugaba los domingos de delantero y los martes de portero. Cubría a Leo cuando faltaba a su turno de cerillo en el Aurrerá. Nadie que me conociera como un 'buen tipo' podría decir bajo ninguna circunstancia que yo fuera un hijo de la mala vida en las penumbras del barrio.
Tampoco los que me veían de maldoso imaginarían en sus malviajes que yo era un normal cualquiera en las calles por el día.
Las vidas paralelas cuando se tocan, se seducen, se enredan y acaban por desangrarse mutuamente. Cuando se desconocen, el único perdedor es el sueño. Lo que me ahorraba en descanso lo invertía en acciones radicalmente opuestas. Cuando lo racionalizaba, me apoyaba en la aritmética para sanar mis dudas morales pero la verdad es que la mayor parte del tiempo ni me acordaba que yo era ambos sujetos. Me acostumbré a vivir el presente y mi tripa -sensible a ese aroma panoso que provoca el vicio- se convirtió en el timón.
Creer es como jugar con un papalote, es volar siempre desde un punto específico en la tierra y el tiempo. No hay garantías de que otro lado u otro momento sea capaz de mantener la magia o el suspenso.
Para cuando se despertaba la carcacha humana el aparato estaba siempre en su cajonera.
viernes, 21 de abril de 2017
.k'
Rubén
Bolero Boleador
Se me acabó el tiempo
pero no el cariño.
De haber sabido todos los años que no te iba a ver por los pocos días de haberte conocido,
no hubiera emprendido este mal negocio.
Me habría ido a tomar solo,
y así seríamos la misma mata
pero de cerros distintos,
que aún enraizados a un idéntico destino
no se extrañan,
no se cuidan,
se dejan morir
por separado,
sin echarle hubieras
a un inexistente camino.
El cuero se va arrugando
pero no hay quien repliegue
a un tonto corazón.
El Incorrecto
perverso pedestal
jueves, 20 de abril de 2017
domingo, 16 de abril de 2017
101
Esas bolas blancas | Tan sobrias que emborrachan
Sacan de la tierra bolas de nieve, sólidas, pesadas, bebibles. Intervienen el rojo suelo para dar constancia de la magia que dioses invisibles escondieron detrás de cada verde. Las espinas desinvitan a los menos curiosos. Los tatuajes de cada penca en cambio, seducen a los sospechosistas. Al final, con una coa, un martillo y un buen olfato, los jimadores son quienes extraen la paloma del sombrero de terracota. Los quiotes, antenas satelitales con conexión directa a otros universos, bajan como manecillas de reloj conforme llega la hora del agave. Las coas afilándose y los tajadas sobre la carne monocotiledonea es la banda sonora de un amanecer que se va colando entre las puntiagudas aristas de cientos de miles de pitas. Desde la periferia, los huizaches miran celosos el romance entre los alquimistas de piel curtida y los magueyes.
Las mulas, envueltas en rígidas canastas, llevan las piñas a las cabeceras de cada pasillo mezcalero. En el proceso, levantan una sinfonía de metal y espinas. El mismo polvo que levantan a su paso las maquilla color barro. El arriero libera las rejillas y con un golpe seco caen al piso de setenta kilos de bolas blancas con un elegante garigol de verde intenso. Las más maduras sangran y uno no puede evitar pensar que quizás nosotros, los de sangre roja no somos más que eso: seres sobregestados que hemos perdido la capacidad de ser etéreos y por ende nos etilizamos; con esas bolas blancas.
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