lunes, 24 de julio de 2017

Empleado del mes en Celeaya


Nadie me lo pidió, pero a Napoleón tampoco le pidieron invadir Waterloo. Y sin embargo lo hizo. O lo intentó.
Creo que lo intentó. Yo lo intenté. Creo que lo logré o al menos logré creérmelo.
Hay todo tipo de trabajos en este siglo, en este país, en este necesitado mundo. Yo trabajo en un banco de semen, de provincia.
Hacíamos envíos a domicilio, envíos internacionales, inseminación de alta complejidad y ponencias para los infértiles y los curiosos.
Teníamos lo que uno espera: la página de internet, las paredes tiroleadas en blanco, el baño de visitas limpio y los masturbatorios individuales.
No entraba dinero desde hacía meses. En el mundo de pedidos online, nadie pediría semen a Celaya, Guanajuato. No me parece malinchista que los de Celaya pidan semen a Nueva York. Al final nadie quiere encontrarse con la genética de su hijo por encargo en alguna feria de pueblo. Tampoco me parece un mal juicio apelar a esa laguna genética cosmopolita que bajo ningún canon incluye Celaya.
Por eso re-organicé el catálogo. Los hipsters, capaz de pagar por injertos de bigote, ellos sí ven lo que que hay adentro. Ellos buscan que su hijo pertenezca a los speakeasies, festivales y viajes a la playa del momento. Para ellos hice catalogué el banco de semen acorde a los gustos musicales del donador. Así uno puede pedir que su chilpayate tenga inclinación por Tom Waits antes que por Porter; y eso sí es malinchismo, pero eso qué importa.
Ahora el dinero entra a cubetadas. Inventamos la inseminación con banda sonora para reforzar la vibración de los espermas acorde a sus gustos musicales. Y si no funciona, el paquete encore protege al usuario y le regala una fecundación extra por si el proceso natural no fue suficiente.
Mi jefe, que resulta ser un hijo de inseminación artificial -verdad y no agravio-, me niega el crédito a pesar de haberlo vuelto millonario. Y yo podía largarme, buscar otro trabajo que hoy en día existen miles. Sin embargo, sugirió correrme ante mis amenazas de reclamar derechos de autor y yo hago lo que me da la gana, no lo que se me obliga. Tal vez te suene a que soy un "contreras", pero ni a tí te preguntaron tu opinión, ni a mí reordenar a lo que suenan los cientos de litros de lechoso semen de un refrigerador industrial de provincia.

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