miércoles, 29 de noviembre de 2017

a galaxias de distancia;


Con las manos frías de ya no saludar, Eugenio se masajea la cabeza para exprimir una idea que se deje abrazar. Es uno de tantos hombres y mujeres formales que huyeron de su infancia y no creen en la paciencia. Por eso niegan el caos sin creer en la autoridad. Esos adultos formales, como Eugenio, vienen a mi calle y se meten a mi casa porque yo no sé dejar de hablar. Creen que soy como ellos pero un estúpido pánico escénico no me permite confesar. Jugamos a las sillas, entre Brahms y Schopenhauer, castigando a los más lentos y con nada qué premiar. Eugenio espera a que llegue el resto. Yo no quiero descorchar una botella más. El mira por la ventana y bufa ante peatones a galaxias de distancia; y yo, lentamente, voy a abriendo plática y sabiendo, que de esto nunca voy a descansar. Me iré haciendo pequeño. Los huesos y el cerebro son los más puntuales a la hora de quebrar. Sin esa idea que a uno catapulte al inexistente olimpo filosófico, seremos tan insustituibles como arena seca inalcanzable para el mar.

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