
O tan bien que yo te quería ver. Porque por mas bien que yo me viera, en el fondo siempre supe lo podrido que estaba. Me empequeñezco todos los días, a veces más, a veces menos, pero al final quedaré perdido dentro de mí mismo.
Los días buenos, de ráfagas, pasaron por encima. Ahora sólo queda esperar a que más polvo aterrice en nuestros hombros, hasta mandarnos al suelo y sepultarnos en un universo de partículas grises.
El tiempo, que corre diferente para cada persona, decidió tomarse una pausa milenaria en este maldito lugar. Nada puede florecer si el reloj no avanza. Los rostros marchitos no provocan reflejo. Sólo los muy fijados alcanzan a ver la pequeña muerte en la orilla de la mirada.
Sí me veo bien, claro que me veo bien; porque toda mi energía se consume en eso. Mientras, el tapiz que recubre mi corazón se va pelando poco a poco, dejando entrar el óxido que gotea de la garganta.
Si me ves bien, aprovecha. Huye. Lárgate de aquí si no quieres creer que la podredumbre es cotidiana y anodina. Un día podrás contar nuestra historia y lo bien que les fue a todos desde que te fuiste. No dejes entrar el polvo, porque con él llegan los que quieren limpiar, los que venden químicos y garantías, los morbosos que estudiarán el caso, los que tiran bromas en los pasillos de los funerales. No los dejes entrar, que ya estoy afuera.
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