martes, 20 de diciembre de 2011

Nuble

Ya que no estas. Es ahora que el cuarto apesta a viejo. Ya que me dislocaste de esta vida, tu vida.
Sin niños a quien culpar. Sin drogas qué reenganchar...
Todo se vuelve inercia. Soy tan sólo un empujón de algo que era contigo; para tí.
La mayoría se lamenta si pierde el rumbo.
Yo me quejo porque no.
Yo me quejo porque sé que he disminuido pero sobre el mismo molde; reflejo del miedo que tengo a abandonar la órbita en la que nos conocimos.
Soy sólo el fantasma.
Ni siquiera.
El saco del fantasma.
El hombre hueco que no muestra como lentamente se ensaña contra todo lo que te toca y te vive.
Camino por los pasillos con muda melancolía, apreciando todo en grises. Canoso.
Pero de ser necesario sonrío para ahuyentar a los curiosos.

Son las nubes. Las únicas que dan muestra de solidaridad. Leales al día que nos conocimos. ¿Será que había un pronóstico en ellas? ¿Tu ya sabías?
Yo no. Aunque mis arrugas, las fronteras de lo que da y no da tiempo en esta vida, me ven incrédulas.
No salgo mucho. Pero lo suficiente como para saber que las nubes son las únicas que faltan por empezar a juzgarme.
Mientras tanto agradezco su silencio.

La falta de gotas. Suya y mía.
Y tú que no vienes.
No te apareces a sacarme de este insomnio emocional.
Por eso recargo mi vista en las nubes.
Las secretivas nubes que apenas me dicen que lo jodido no es la amargura... sino que se haya vuelto insípida.

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