sábado, 9 de junio de 2012

Temblor en la Selva


Tembló en la selva.
Las guacamayas y los macacos así lo aúllan.
Qué si se cayó un árbol.
Aquí se caen igual, sin ayuda de nadie.
Pero la distorsión genera paranoia,
y las alucinaciones, cuando son reales, cimbran.
Hasta que caiga el sol ya nadie saldrá de cacería.
Hace hambre,
hambre de barbarie.
Las orugas, los cienpiés, los escarabajos y las moscas,
¿qué les importa si la tierra se estremece?
En su nivel de tierra, de vida y de sombras;
tales cosas no existen.
Se agita el paisaje, que se la vive sacudiéndose, pero ahora unos lo notan.
Unos se mueren también,
como si no murieran igual cada día.
Como si la noche no arrojara como olas de mar cadáveres al amanecer.
Unos devorados, otros ensoñados.
Desde un nido, hogar dentro del hogar, un par de ojos registran todo.
Contemplan las acciones del día a día mezcladas con el vaivén deformado que llega desde las entrañas terráqueas.
Y, al tener a los pequeños resguardados, se libran de juzgar.
Acá nada pasa, porque, al igual que siempre, todo sucede.
El alma depositada, es invisible. Es de todos.
En la maleza no existe el miedo,
porque en la nuca sólo hay tiempo para el instinto.
Lo que asusta es querer matarnos tanto;
para desafiar a las autoridades de otros mundos,
para ver si nos sentimos vivos.

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