miércoles, 3 de diciembre de 2014

cuandoseagrande


Mi primer deseo fue ser perro, arrullado por el sol y despertado a caricias.
Ya de chico imaginé ser canción; con guitarrazos profundos y alaridos diligentes.
Todavía niño, aspiré a ser una caminata eterna, que dejara huellas en la nieve y en la arena.
Un par de velas más en el pastel y mi pasión era convertirme en chamarra de piel, reservada y curtida.
Años emanaron y transformarme en tatuaje, correoso y subordinado a un lienzo más grande, fue mi gran misión.
Tuve que crecer y quisé ser el hoyo más profundo, a veces abstracto y a veces concreto, pero siempre monumental.
Hacia el final pretendí ser un secreto mal guardado, que en confianza se prometiera y a solas, frente al fuego o al mar, se exhalara.
Ahora el espejo está vacío; le caben deseos ajenos. Nunca supe dejar ir porque siempre fui yo el renglón vacío de aquellos magníficos e insignificantes caprichos.
Siempre fui yo el cambio eterno.

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