miércoles, 17 de diciembre de 2014

Enfocado


Se acabó el petróleo.
Se acabó el agua.
Se acabó el oxígeno.
Se acabó el sol el día que aprendimos a transformarlo en todas las carencias que habíamos creado.
Nos adaptamos a vivir con nuestros bienes y sin nuestro bienestar.
Desde que recuerdo ya todos llevamos nuestra máscara para el oxígeno, nuestro tanque para el agua y nuestra lámpara para la luz.
Dormimos, comemos, platicamos y reímos con ellas y en ellas.
Es que la vida no se acabó; tampoco el humor.
Hay quienes se dedican a desempolvar las libertades que ya nadie posee.
Otros dibujamos con el mismo hollín que tosemos.
Ahora que tengo quince soy responsable del importe semanal de mi máscara, mi tanque y mi lámpara.
Por eso ya nadie corre. Sale muy caro jadear, tener sed.
La lámpara se prende sólo cuando es indispensable moverse fuera del cuartel. En este mundo techado el tacto es la brújula más confiable, pero explorar terrenos desconocidos a veces merece la ayuda de hábitos pasados. Aquí adentro de vez en cuando hay un resplandor en los diferentes pisos, sin embargo, la penumbra gobierna entre los mismos individuos que nacen con la oportunidad de ser faros.
No es que nuestros tiempos no requieran de mirarse a sí mismos, es que no se necesita luz para lograrlo.

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