lunes, 12 de enero de 2015

Revés 3.1 (gotas y astillas transparentes)


De toda la isla, el lugar más importante aquel día era el salón de baile del club de banqueros. El tirano y varios de sus ministros estaban presentes: sus hijas envueltas en togas y coronadas con birretes negros se abrazaban una y otra vez, incrédulas ante su emoción de haber terminado la prepa. Mi hermano miraba hacia el salón satisfecho. Sostenía su aguardiente con un orgullo estóico. Me ignoró toda la noche, ya bastante había hecho trayendo a su mesa a un antiguo disidente. Para evitar cualquier humillación o coraje gratuito, me enquisté detrás de la botella como un fósil de mar y fui transcribiendo mis frustraciones en líquido. Claro que había oído los rumores, pero si el dictador mismo y su séquito de guardaespaldas se presentan al festejo, uno jamás iba a sospechar que tal cosa era cierta. Cuando se sacudió la alfombra yo supuse que era mi borrachera. Con el equilibrio en un estado de codificación nazi, después del tropezón me dejé ir, pero ya nunca caí; no al suelo. La suerte me colocó en el pasillo en el momento del giro. Siendo un salón de triple altura, el impacto fue doloroso para todos y fatal para varios. Después vino la lluvia de botellas y vajillas, rematada por las mesas: un chiquero. Después de la caída, la adrenalina se encargó de revisar que no acabara aplastado por los tablones o las sillas. Sin embargo cuando terminó el diluvio de cristal caí inconsciente. Tiempo después, no sé cuanto, me desperté entre cuerpos de jóvenes y uniformados rociados en astillas y sangre.
Dios no está en el suelo, no importa cuál sea arriba y cuál sea abajo. ¿Cómo rogarle al piso que la oportunidad era de alguien más y que me dejara morir? El mismo firmamento que me rescató de la muerte y la demencia todos esos años en prisión ahora me se escondía de mí. Incapaz de moverme con dos lumbares dislocadas y el hombro deshecho, ansié al cielo más que nunca, para darme alguna respuesta o recibirme con su infinidad descubierta.

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