martes, 6 de enero de 2015

Revés 1.1


Al principio, cuando sucedió lo primero que desée es que después todo regresara a ser igual, normal. Sin embargo todos sabíamos, y de ahí el miedo, que ya nada sería lo mismo aunque todo regresara a su lugar. Pensé en los animales, no sé por qué. Me dolió saber que morirían, aún cuando mi imaginación no supiera explicarme el cómo. Supongo que lo llevé a tal lugar porque la muerte física sería sólo una parte del dolor, el resto sería una profunda frustración por no entender los hechos. ¿A partir de qué altura deja uno de respirar? ¿A qué velocidad hay que caer para alcanzar a ver la tierra como un planeta antes de morir? ¿Serían las nubes una ayuda para jalar aire o para cuando uno llegara a ellas el desplome absoluto se las habría acabado? Mi mamá, en su mirar, me pedía perdón, cómo si algo de esto tuviera que ver con ella o sus decisiones como madre. Quise brincar en el momento donde supe que nada volvería a ser igual. Me importó poco sobrevivir con ellos, mi familia, si ahora toda mi vida se iba a tratar de recordar el antes o el ·derecho·. Solté el candelabro y me acerqué a la ventana. Mi mamá gimoteó algo a mis espaldas. Los escombros seguían cayendo, aunque las grandes estructuras que sí se desprendieron ya no estaban ahí. Con el pie empujé un pequeño candado de oro -un arreglo en la intocable vitrina de mi madre- al vacío. Mis piernas se congelaron. Mi pecho, confundido y desgarrado, se deslavó en vértigo pero mi brazo frenó el sentimiento cuando me recargue en la pared. Las paredes seguían siendo paredes, al menos no todo era incoherente en este nuevo orden. ¿Qué importaba el orden? Antes estábamos ¿derechos? ¿en nuestro lugar? Tal vez nuestro lugar era una mentira. No me gustaba la nueva verdad, que tampoco estaba segura de que fuera otra falacia; pero percibí la sensación en mi cabeza, en mis hombros, en mis pezones, en mi ombligo, en mis rodillas, en mis pies. Todo seguía ahí, fiel a su estructura, a mi estructura. Di un paso hacia atrás.

No sé cuanto tiempo pasó pero logré sentarme. Me arruyó un nuevo sonido.
El caer de un objeto se significaba antes en la culminación del acto. Cuando algo se desplomaba la gente se aferraba a su estático aliento y resoplaba sólo una vez que la caída hubiera aterrizado, concluido, llegado a su destino. Ahora las caídas significaban, sonaban, existían, sólo en ese filamento de instante que era su despegue, su arranque. El resto era un silencio azulado que invitaba al sueño.

Dormida, en la oscuridad, me despertó el estruendo del pasado que había dejado ir horas antes...

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