lunes, 8 de junio de 2015

El Palacio tuyo y mío


A esa sala le iría bien un retrato nuestro, en plan Corbijn, desnudos por supuesto.
¿Qué cocina es completa cuando no hay una licuadora que fustigue las peleas y un set de cuchillos digno, del tipo CV-Directo?
Aves de paraíso sobrevuelan la azotea, donde las suculentas salivan con la posibilidad de escuchar nuestro futuro, de reverdecer el envejecimiento.
¿Cómo soñar sin una colección de LPs, sin ese In Rainbows que te apacigua y ese Uh Huh Her con el que tu histeria de mujer fanfarroneas?
Y en las esquinas se esconderán tomos rojillos, los Galeanos y Fadanellis, por si ese día ya no llego, que sepas que no viviremos por siempre ahí; hay caminos que nos esperan.
Qué extraña ocurrencia, olvidar entre playeras del Necaxa, un negro negligé, que /aún/ no hay quien se lo haya puesto.
Como Matrioska, de la caja de herramientas, a la de puros, a la de ahorros, a una colección eterna de tópers, y al final, una empolvada bacha; lo inverosímil de la suegra ahora es cierto.
Y un abandonado viernes, en la sala se erige un tipi, hecho con campañas políticas noventeras, y te regalo, de nuevo, la primera, tal vez.
En los temblores compartidos, las botellas huecas invitan al vacío. Sin embargo, la seguridad provista por alushes bailando eternamente en los pasillos, significa que los metros cuadrados que nos sostienen, también se embarcan en el sentimiento tuyo y mío.
Y no quiero nada a cambio, si no es de tu cuello, respirar más seguido; bien sabes lo que digo.

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