lunes, 9 de mayo de 2016

Arrebol


Sus líneas son de una gloriosa época pasada; como si una burbuja genética de aquel siglo hubiera resistido ser pinchada hasta brotar en ella. La sonrisa de ángulos rectos, esa misteriosa forma de parpadear, las muñecas frágiles pero a la vez construidas para sostener un cigarro, cada uno de sus sellos es una gran razón para añorar. Hay veces que por verla me invade la ira por haber nacido tarde. No logro evitar sentir cierta vergüenza por ser un alma tan joven cuando me inspecciona con esa mirada de perpetuo pergamino. Y aún así, soy un necio de su presencia.
Con ella, el deseo se torna más liviano, viaja en espuma de champagne y mira a un cielo en blanco y negro. Ojalá fuera ella mi destino y no habría que perseguirla todo el tiempo.
Voy caminando hacia ese inmaculado atardecer, neciamente queriendo que dure más; y apreciando en esos brochazos de naranja intenso, un sol que por hoy ya se ha ido, pero que su huidiza estela no sólo es un truco del tiempo que nos permite disfrutar del pasado, también es su instante más bello.

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