viernes, 22 de mayo de 2015

Revés 5.1 Un Ferrari en las nubes


Amanecí en el techo; el hombro dislocado. Lo primero que vi fue la guitarra rota y pensé que mi día sería una mierda. Lo que me hizo entender la rareza del asunto fue la cama sobre mi pie. Dicen que flotas por un par de segundos antes de despegar, quizás por eso no fui asesinad por mi propio colchón. El cuarto era un desmadre. La lámpara y el teléfono no llegaron a caer, se quedaron suspendidos por el enchufe. Me intenté enderezar y fue cuando el hombro me derribó. Seguía sin comprender la situación. No es algo que entre a la cabeza así 'nomás'. El cerebro decifra sólo lo que quiere interpretar. Así que me concentré en el hombro. Me arrastré hasta la pared, lo único que no cambió en todo este asunto. Sonó el teléfono y en una bizarra contorsión me apoyé en el colchón para tirarlo del cable de una patada. Era Ana, mi novia. Quizás si ella no me hubiera llamado jamás habría hecho el esfuerzo por comprender mi situación. En efecto, el mundo estaba de cabeza. Mi resaca nada más subrayaba esa sensación, que curiosamente, sólo hoy era también una realidad. En un principio, no me pareció tan mal. Todo, absolutamente todo, era nuevo, fresco, espontáneo. No sé, mi vida lo necesitaba quizás. Por eso disfruté la mañana; no fui al baño debo aclarar. La cocina era un desmadre, pero me llevé un sandwich al tragaluz y me senté en un pozo de cielo. Dicen que de haberme despertado más temprano hubiera visto una lluvia de objetos, animales y personas. Vanalmente me acordé de el socio de un amigo que tenía una colección de autos que incluía ocho ferraris rojos. ¿Cómo se vio tal chaparrón de automóviles? Yo no tenía mucho, así que la casa se reacomodó fácilmente al orden invertido. Después de oír las historias siento que a mí la confusión me atrapó, me dejo entumido y con pocas dudas ante el fenómeno. Nunca me importaron los astros y los meteoritos. Tampoco me importan ahora, pero aprendí. Lo que te afecta es importante, y es un privilegio escoger las cosas importantes de tu vida. Esta abominación espacial democratizó todo. Todos debatimos, sentimos y concluímos lo mismo a partir de aquel viernes. Por esos doce días para todos lo importante fue lo mismo. Las redes telefónicas se fueron al demonio. No volví a hablar con Ana. De noche intenté ir por ella y caí a las escaleras desde el mismo techo que me salvó al vida.
Me desperté nueve kilos más flaco con una sonda en la nariz y Ana viéndome directo a mis deslucidas retinas. En ese momento, de nuevo la falta de fuerza no me dejó entender lo que había pasado. Sin embargo ella se tomó la molestia de explicármelo todo. Lo más relevante en estos cientos de miles de años de humanidad y yo me quedé dormido en mis escalones. Ante la duda, el hospital ahora tenía un cinturón en la cama que estaba empotrada al suelo. Y con esa paranoia infudada por la experiencia pero sentida por todos y cada uno de nosotros, me puse el cinturón antes de volver a quedar dormido.

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