viernes, 30 de junio de 2017

clavos y yugos


En un lugar donde nadie podría confirmar si alguna vez hubo algo, llovieron tachuelas. Tantas que se hicieron caudal y se las llevó el río. Infantil y olvidadizo, la boca sabor óxido fue lo único que me quedó como una apelación a recordar el suceso. No me gusta la comida sabrosa por eso, porque la sazón es un parche a lo desaparecido, a lo nunca-obtenido.
Igual hoy ya nadie habla de ello. Todos traen prisa. Corren para alejarse del pasado estorboso pero sin confiar en el futuro. Avanzan de puntitas sin rumbo, en un prado interminable, pero mantienen el equilibrio en los dedos como si estuvieran por caer de un risco. Los veo y me fatigo con ellos. Voy creyendo que dependemos de los obstáculos para des-responsabilizarnos del vacío que existiría entre nosotros sin ellos.
Ahora es época de sequía, ni agua, ni tachuelas, ni peso, ni raíz. El miedo a El final son las ganas de no querer reconocer que aquí ya no hay nada. Desobligada población flotante que ni se va, ni se muere, ni se transforma, ni se quiere.
Entrego mi espalda para no dársela a los demás. No me voy pero si me muevo. Despliego como halcón y cual coa, me entierro. Y si algún día soy grande, pretendo ser tatuaje.

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