domingo, 25 de junio de 2017

Safena todos


Sus pasos tatuaron pavimento, arcilla, arena, tierra y lodo. Avanzó por cada terreno hasta quemar sus plantas. Mientras, el sol cocinaba su calva, convirtiéndolo en un emparedado de combustión. Todo lo que el había sido era muy pesado para cargarse en un recorrido tan largo, así que fue dejando sus atributos. Los colocaba con cariño, adornado piedras y cactáceas; inventando pequeños altares que sólo otros igual que él visitan. Se fue desarmando de ideas, antojos, romances y recuerdos, atesorando sólo los que cupieran en un cálido recoveco de su tórax. Ya era irreconocible para los de casa y para los que lo esperaban en otras cuatro paredes aún sin nombre cuando la silueta liviana vio un obsoleto letrero. Ilegible por el óxido, ese punto en el mapa no significaba nada para alguien que no fuera un peregrino, apenas a la mitad del trayecto. Antes de llegar casi muere en un par de ocaciones, pero tales infortunios significan nada si a raíz de ellos uno vive o uno muere. Pasaron días y estrelladas noches, para tantos millones en su hogar y para el en ese barranco de extremo calor y venenoso frío.

Caminó hasta que dejaron de entender su nombre. Cuando dejó de caminar, ya era migrante.

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