viernes, 30 de junio de 2017

heredero


Queda el vestigio grungero en el adulto; de esos ya formados. No es padre de familia, pero ya lo es; tal vez siempre lo fue. Contra su voluntad, lleva el medallón de la incuestionable responsabilidad en la solapa. Podría el hambre cazadora ser su bandera, pero igualmente podría ser justo lo opuesto: una ascética disciplina al sacrifico, al privar al cuerpo de toda nutrición. Lo que sea que fuera, es alguien con brújula. Lo delata el ceño fruncido: alerta al camino, pendiente de olas revoltosas. Habla poco, para que hablar más, de más y por los demás.
La garra autoritaria se sacude, aburrida de falta de zarpazo. En su cabeza navega la añoranza; pero él sabe que son deseos incongruentes, que atraen hacia algo que no debe ni merece ser vivido dos veces. Hay algo de atleta en su tono muscular, pero se diluye entre otros rasgos consecuentes de un poderío físico no trabajado, más bien regalado, como de antigua realeza.
Se frota la barba como sólo alguien que ha leído lo suficiente lo haría. Al mismo tiempo, su sentado es más bien campirano, como un pastor recién jubilado por sus escasas ovejas.
No me parece necesario decirlo pero para muchos es obligatorio etiquetarle como misterioso. Esa niebla genera atracción al estar espolvoreada con migas que exigen miedo. Eso que no se ve, asegura potencial de quien sin pretenderlo lo exhala.
Un hombre misterioso de su propio misterio que no se entiende a sí mismo para aclarar a los demás.

Lo digo yo que con este pobre acomodo de letras lo entiendo a él y me desacomodo a mí mismo; como tributo a la brújula -mi misterio-.

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