jueves, 25 de enero de 2018

y huérfanas se sentirán estas ganas de tenerte cerca


En una mediocre fiesta de parque urbano le cantan las mañanitas a Miguel. Demasiado viejo para sentirse agradecido y aún muy joven como para poder perseguir la soledad que lo aclama, Miguel mira directo a nuestros ojos: el limbo. Le emociona no saber cuando se acaba el mismo mundo al que le desea un desenlace categórico y rotundo. Le sirven pastel y el betún cae sobre sus jeans embarrados. Miguel come mecánicamente. Las lonjas que se asoman entre sus pantalones y su playera delatan su triste pero funcional relación con la comida. De la bolsa trasera se asoma una hoja de block doblada en cuatro. En ella hay una imagen apocalíptica. A Miguel le fascina dibujar esos escenarios del fin del mundo. Nunca piensa mucho en el porqué pero cuando es cuestionado al respecto, divaga y siempre acaba diciendo que es porque la vida sigue, el que se detiene es el mundo. ¿Pero cómo? le dicen sus mejores amigos o a las dos chavas que a logrado meter a su cuarto y miran todos los bocetos pegados en la pared. La vida flota alrededor y adentro de nosotros. A veces a la altura del paladar y la saboreamos. A veces un poco más arriba y la vemos. A veces a nuestras espaldas y de inmediato la añoramos. A la mayoría les basta esa respuesta incompleta. O tal vez prefieren no averiguar más, por miedo a que en ese derroche de sentimentalismo vaya a llorar Miguel con ellos. El no explica nunca lo que no le preguntan. De hecho habla poco por iniciativa propia. Justo ahora que le preguntan si le gustó el pastel de durazno a él le ha bastado asentir y pretender que seguía con la boca llena. Su hermano Toño ha notado esto. Él ha escuchado el resto de la historia: Cuando no haya mundo y no haya testigos para la vida que flota, qué poco importará haber llegado a la luna, qué absurdas serán todas las palabras escritas, dichas y pensadas. Nadie quiere que se nos acabe el mundo. Nadie quiere que ver que le bajen el telón sin antes ponerse a pensar que el momento más importante de toda obra es ese pequeño silencio antes del estruendo de aplausos y la oscuridad eterna. Alguna vez ya Toño arremedó a Miguel parafraseando tales ideas. Un vulnerable y ardido Miguel le partió la madre a su hermano menor con puñetazos en el cráneo y patadas a las nalgas. El momento en la frágil celebración se ha convertido en histeria maternal cuando un microbús ha pasado a toda velocidad y la ráfaga que levanta ha volado los vasos y platos vacíos. Los más chicos han salido entre risas persiguiendo la vajilla desechable de cartón rosado con vaqueros e indios dibujados. Miguel deja la servilleta en la mesa, aún sabiendo que será el siguiente elemento en salir volando cuando pase otro camión a 80 kpmh. Tiene ganas de volver a su cuarto y colgar su último boceto. En cada uno de ellos explora un nuevo punto final. Construye su mitología barroca que sirve de pretexto para cavilar más en eso que a ti y a mí nos atormenta, pero que él anhela. Saca su celular y abre la aplicación de notas. Se aleja de amigos y familiares para no sentirse espiado. Con sus dedos rechonchos sobre las teclas en la pantalla mira hacia arriba por un segundo. No sabe bien qué quiere apuntar. Tiene una frase anotada: "y la platea de nitidez necesaria para saberse narrado y elevado". La borra. Abre la aplicación de mensajes y busca el contacto de La Maripepa. El cursor espera. La tía Sonia suelta el chiflido de 'ya nos vamos'. Miguel regresa a la aplicación de notas de texto. Redacta con suficiente velocidad como para delatar que no es una idea nueva: Todos pensamos en qué haremos cuando no tengamos esos lagos que espejean el sol, esas miradas profundas como calles inagotables de los mamíferos salvajes, esas historias fantasiosas de hazañas de inmortales pero precisamente no habrá nada qué hacer. Los desprovistos serán los recuerdos de nosotros que -primero invisibles, luego inaccesibles y por último infinitos- volveremos al cero que nos ha de comer. Ojalá yo vea el fin del mundo. Y ojalá el mundo, en ese silencio que marca el fin de la historia me vea a mí.

No hay comentarios: