viernes, 26 de enero de 2018

por dos días juntos


Para quien no estuvo ahí seguro que parecía tonto: un valle entero de colinas y tanta gente formada atrás de la única pared de piedra. Era de unos dos metros de alto y a lo mucho unos cuatro de ancho. Tenía el marco para una puerta aunque no había tal. Todo eso era irrelevante. A un costado de la puerta había una pequeña ventana. Quien sabe qué medidas tendría pero dos puños adultos jamás pasarían al mismo tiempo por ese hueco. Todo aquel que tenía que quería pasar por la puerta sólo podía llevar al otro lado lo que cupiera en la abertura entre el yeso y las rocas. No sé antes, pero en ese entonces, para cuando uno llegaba ahí por más rápido que hubiera avanzado la fila era imposible 'echársela' en menos de un día. De donde todos venían tampoco es que hubiera una guerra. Los recursos escaseaban en invierno, pero me imagino que así fue siempre en cualquier lado. Del otro lado del muro tampoco es que se vieran más pastosos los cerros. Ni siquiera había un encargado de revisar que uno no exportara más de lo que le correspondía. Todos bajaban la mirada al ver la cavidad, seguramente muchos metros atrás habían oído de su tamaño tan modesto y pensaron que era una exageración de algún pesado que quiso llevarse de más. Con la mirada gacha tiraban al piso lo que les sobrara y con una mano se pasaban por la ventanilla lo que la otra mano recibía del otro lado. Siempre los primeros pasos del otro costado iban acompañados de inseguras miradas hacia atrás. Si se podía regresar daba igual porque nadie nunca lo intentó siquiera. Uno que otro mañoso apachurraba su posesión para hacerla caber por el boquete. El truco normalmente acababa siendo motivo de arrepentimiento inmediato para quien con su propia mano cachaba un elemento roto, pegajoso o escurriendo de más. Cuando yo me formé llegué solo. Ahora no recuerdo qué quería que pasara del otro lado. Después de la primera mañana de estar formado, a solas y en silencio, empecé a notar cada parte del paisaje que el viento peinaba. No era todo en simultáneo. Al contrario, era un ejercicio delicado y cuidadoso de pasar primero por las copas de los árboles, luego buscar cuerpos de agua grandes, ir serpenteando entre arbusto y arbusto para terminar con un reiterativo y tenue pasado sobre la hierba. A modo de mantra el viento se arrullaba a sí mismo y a cada hoja de todo el valle. Me dejé serenar por ese cepillar del pasto y precisamente habré dejado de avanzar por un rato hasta que ella apareció. Sentí cómo me despertó con un torpe susto, pero pero yo nunca estuve dormido. Al mismo tiempo, ella era demasiado ocurrente e indecisa como para yo haberla soñando. Tampoco pudimos decirnos mucho. El silencio prolongado de cada uno va generando prudencia; pero el silencio en masa es como una espesa túnica oscura que asfixia a quien no la transporta. Avanzamos ella y yo por dos días juntos. Antes de que saliera el primer sol ya íbamos tomados de la mano. De vez en cuando nos aventábamos sonrisas tontas entre los dos para aligerar el camino. Cada que el viento me despeinaba yo alzaba la mirada, como para verlo reflejado en algún ave o alguna nube. Ella, con su mano libre, me peinaba; y yo sabía que lo hacía provocar al viento. Claro que escuchamos de aquella ventana minúscula; pero qué sentido tenía creerles. Llegamos a la pared de piedra. Delante nuestro pasó un barbón tan alto que tuvo que hacerse pequeño para pasar por la puerta. Lo único que se pasó de mano a mano fue un pañuelo con costuras rosas. Avanzamos esquivando pertenencias sacrificadas y llevamos nuestras manos atadas hasta la abertura. Intentamos un par de formas distintas y una tercera con fuerza, hasta raspar nuestros nudillos. Atrás se escuchó un gruñido de impaciencia. Nos vimos a los ojos, claro que había miedo ahí escondido. Estoy seguro que con mayor fuerza pudimos haber pasado ambos juntos. Nuestras manos hubieran recibido dos ensangrentados puños y donde hasta ahora había habido nada más que un cálido viento se vestiría de heridas. Claro que había un mundo distinto del otro lado del muro. Todo esto lo pensé en un segundo y ví que le pasó por la mente a ella. Quizás hace mucho, tanto que ya nadie lo recuerda ni como leyenda, pero fuimos los primeros de esta nueva era. Dejamos la fila a un lado y nos alejamos hasta que se fue haciendo chica la puerta de piedra. Nos reímos nerviosos; seguramente parecíamos tontos para esa inagotable fila de necios de la que antes fuimos. Caminamos hacia una fila inagotable de montañas y sin soltarnos, ella me despeinó; y ese día fue ayer y ojalá mañana.

No hay comentarios: