martes, 20 de febrero de 2018

Pterygota


Entre la angina y el punto final aún tuvo tiempo de entender que todas esas veces, había cachado al infarto tomando posesión en las esquinas o detrás de las puertas mal cerradas. No había sido un espectro, ni un alma errante, era tan sólo su paciente infarto que lo acompañó desde el brote de la arritmia hasta esa tarde: su aparición estelar. Quizás también había sido el responsable de haber desacomodado las sillas del comedor después de cada cena (situación que lo hacía creer que no bebía solo, sino con sus ya emigrados mejores amigos) o el que siempre le guardaba un pedazo de queso en la repisa superior del refrigerador -ahí dónde su mujer era incapaz de saber qué alimentos se escondían-. Tampoco era para darle las gracias. Él había sido un burócrata toda su vida y sabía que el argumento 'chamba es chamba' era lo mismo que las ventanas que al desplegarse, ciegan al vecino: un fulminante distractor que argumentaba inocencia donde había una flagrante consciencia del 'soy' y sus consecuencias. De todas formas, para ser su asesino y al mismo tiempo de cumplir su misión hacer válido su suicido, era un tipo agradable. Sin cara, anónimo, pero con presencia; así era su infarto. Y con la diligencia de una abeja obrera que cumplidora con su chamba, se manda sola al paredón, así nos mató él una tonta tarde de insípido invierno. Antes de migrar, llegué a saber lo que siempre supe y pasé a despedirme de lo que nunca fui.

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