lunes, 19 de febrero de 2018

Ya sin los fantasmas pero todavía muy lejos de tu almohada.


El era quien veía a los muertos bailar alrededor de los invitados. Denunciarlo era no sólo desconsiderado sino la ratificación de su superlativa estupidez. Esperaba a que todos durmieran para empezar a borrar su memoria en paz. Primero barría las huellas de la tarima. Luego rompía los vasos que hubieran sido usado por los espectros. Luego recogía de los matorrales en el jardín trasero una copia exacta de la ropa que llevaba. Se desnudaba. Si había espejo aprovechaba para verse así, como era, una estrella irregular de cinco ramas con mechones en sitios aleatorios. Se vestía con la ropa nueva y se deshacía de la vieja. Luego recorría las estaciones del evento y se ensuciaba ligeramente en cada una de ellas, para darle realismo a su disfraz de sí mismo. Por último apaga la luz y ya con los pies en el pasto, mecía su cuerpo, echaba patadas cortas y taloneaba al ritmo de una canción que desde que tenía razón le había pertenecido pero jamás aprendió a cantar. Entonces la imaginaba y sus pies cepillaban el pasto a ras del silencio que sólo existe cuando uno está mucho muy solo, ya sin los fantasmas.

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