miércoles, 26 de septiembre de 2012

Nunca fui

Me arrancó el último botón de la camisa de una mordida. Así me di cuenta que la iba a recordar por más tiempo del que llevábamos de conocernos. No eran los ojos taimados que me volvían loco; tampoco las piernas a las que uno se aferra sin sentirse pillado. Era todo en el tono.
Lo descifré en como siempre cruzaba las fronteras con el pulgar antes de invadir con la palma entera. Yo desnudo, y ella, aún adornada de ropa, se recostó en el sillón.
La fui desenvolviendo con paciencia. Atrapé un lunar, lanzado a mitad de las costillas, objeto de mi fascinación. Su piel, tersa y sugerente, envolvía un sutil calor que me estrangulaba las ideas. Los huesos refugiados en esa cáscara exquisita, invitaban a imaginar una nueva música.
Las ganas de dominar van ganando terreno ante una silueta que clama placer. Las ambiciones de divinidad caprichosa bullen instintivamente. No es machismo. Es la furia ante lo imposibilidad de que dos cuerpos ocupen el mismo espacio.
Alimentaba mi soberbia zarpando su piel perfecta...
–Quítame la bombacha. –Musitó.
Fue increíble. Nunca la volví a ver. ¿Que si alguna vez fui para allá? Nunca; pero el idioma lo hablo perfecto.

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