lunes, 2 de enero de 2017

la mitad de la mitad más uno


Aún con su mujer en el baño -desmaquillándose de una cena con amigos suyos del internado- miraba por la ventana buscando a esa niña salir de la regadera. Tendría apenas unos dieciséis años, pero su actitud desnuda y espiada era la de una mujer que no sólo había alcanzado ya la plenitud, sino que había perdido parte de la misma en las fauces de algún patán errante. Quien sabe si bajo la ley de ese estado fallido eso era un acto ilícito. Lo que era un hecho es que el resabio a crimen era una minoría en las amargas lagunas de saliva deshidratada que habitaban la lengua del marido, el espía fallido, el cerdo frustrado.
Salió unos minutos más tarde ya con el pijama puesto. Como todas las noches, durmieron abrazados.

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