miércoles, 4 de enero de 2017

Un día así nomás de chingadazo


La tauromaquía, así como la llama sostenida de un pabilo húmedo, se apagó un día.
Así como los suecos, un ninguneado tres de septiembre, dejaron de manejar por la derecha del carril...
Así como los norteamericanos prendieron, y luego arrepentidos apagaron, el interruptor de la ley seca...
El deleznable arte, porque sí era un arte -pero vaya que tenía un sinfín de agujeros en su teoría, su práctica y el pasmo que generaba en sus seguidores-; terminó un día: asínomás: dechingadazo.
Aprovechando otro sistema inconsistente del mundo moderno: la confabulación de las redes sociales, un día se marchitó de un plumazo la milenaria tradición de abusar de una bestia astada. Nadie sabe si fue algo intencional o un sincero eructo entre los ceros y unos. Lo más fascinante de todo es que ya nadie habrá de saberlo, porque se volvió una norma social el entender las preguntas o dudas sobre aquello como algo irrespetuoso, de metiches. El caso es que, así como el mundo imaginó la muerte de Mandela -o creyó imaginar, o soñó despierto, o simplemente alucinó después de abusar de las grasas saturadas, el ácido acetilsalicílico y las radiaciones wifi- de igual manera engendró la sublimación de "los toros". No fue algo gradual, una lenta cocción en la psique de los defensores y los atacantes, todos jugadores de aquel mismo juego; no, fue así nomás: dechingadazo.
En los recurrentes casos de confabulación global, suele ser el caso que la gente se convence de la existencia de algo que jamás aconteció. Así sucedió con la estrofa final 'of the world' en la choteada canción 'We are the Champions', producto del virtuosísmo de Queen1. También le pasó al 'Silencio de los Inocentes', donde las masas afirman con ímpetu recordar que Hannibal 'El Caníbal' Lecter saluda al agente Starling con un macabro 'Hello, Clarice"2.
En el caso de la tauromaquía fue algo más drástico ya que los innocuos cómplices eran la mayoría. Por ello, al protector de la verdad, se le tachó de necio de inmediato3: de chingadazo.
Yo era muy chico, no tengo noción de aquella etapa, pero sí recuerdo haber ido con algún adulto por la cañada entre el poniente y sur de la ciudad y ver una plaza. La construcción me llamó la atención y al preguntar sobre su origen y su función se me aclaró que era una ruina análoga, conduciendo así mis sucesivas dudas al callejón de la nula curiosidad. Para los ignorantes del término, la ruina análoga, ahora cada vez más en desuso, es la etiqueta de todo aquello que quedó afuera del cosmos del internet. Cuando los servidores estremecieron a la humanidad con su limitada capacidad de memoria, el decreto del Valle de Silicon estableció que la pedacería informática menos relevante de cada cultura sería dejada afuera de las puertas del internet. Es así que el colorido embarcadero con maderas chillantes de Xochimilco o las enigmáticas cárceles de Chapultepec se volvieron en ruinas análogas, inexplicables para los vivos de hoy.
También cabe resaltar que para aquel entonces la práctica taurina estaba muy diezmada. La mayoría de las plazas eran centros comerciales y los trajes de luces significaban más como atuendos de bailarinas del post-pop que como atavíos toreros. Ahora no hay ni pretextos para cuestionarse tal cosa. En aquel entonces las cañadas estaban rebosantes de gentiles toros que iban de punta a punta. Hoy son más los toros tatuados en brazos y espaldas pálidas -de la generación ya en retiro o asistencia- que los que deambulan libres en algunos países bananeros.
Yo jamás vi una corrida, pero según imagino, no me gustaría verla tampoco. Más allá de su anacronismo me parece una vil salvajada. Sin embargo me gusta saber este secreto. Su extinción me parece fascinante, sobre todo porque presiento que lo que mantuvo vivo el arte en sus últimas décadas fue el debate entre los antagonistas del tema. Sospecho que el grueso de la gente tendría de en su inconsciente la clara intención de olvidar tal suceso y por eso el día que se les dio la oportunidad tomaron un segundo prestado del día para borrárselo de la cabeza. Quizás con un claxonazo del coche vecino o con el flashazo de una cámara turista pero undíaasínomásdechingadazo, se liberaron de tal pensamiento. A veces sueño que más bien la ilusión fue la creación de la tauromaquia y un día, esa ínfima nube de talco flotando frente a los ojos de todo el mundo, se apagó.
Dirá usted, ¿cómo sé esto yo si es que la confabulación funcionó a la perfección? Pues verá, hace mucho, yo nací: el día del apagón tauromáquico. Y mi padre era un bocazas. Por lo que antes de morir me compartió todo esto y me dio el rabo y el cartel de una corrida sevillana para probarlo. Yo no tengo descendencia y ya estoy viejo. Le digo esto no para que lo divulgue, sino porque creo que alguien con una vida tan dura como la suya merece ciertos gustos. Se lo comparto para que paladee de vez en cuando lo que es saber algo y que nadie lo sepa… o quizás sea otra de esas cosas que todos sabemos y nadie se acuerda.

1. No, no existe tal cosa.
2. La frase es “Good morning, Clarice”. Y aunque al final sólo se trate de una confusión entre saludos, lo que llama la atención es cómo hay un consenso internacional en el tono del ‘Hello’, como si todos hubieran visto y oído la misma escena.
3. En el caso de la Ciudad de México, en aquel entonces la ciudad más grande del mundo, por varias décadas se practicaba un sistema de desacreditación sistemática con 'los chairos'. La endeble democracia se protegía a través de tachar de chairo a todo aquel que presentara ideas o alternativas con connotaciones rojillas, izquierdosas, hippies y/o anarquistas.

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